La semana siguiente fue un martirio para todos los chicos de la Academia Liber Ride. Además de tener que asistir al velorio de Semyon y de hacer sacrificio de ayuno, el lunes en cuanto amaneció los profesores los sometieron bajo arduos exámenes que podían continuar hora tras hora, sin derecho a un leve receso. Charles comprendió que Swenth tenía razón cuando le aseguró que ni estudiando toda la pila de pergaminos que tenía sobre su escritorio pasaría el examen del doctor Phillip. Éste había sido de cuarenta y cinco páginas y como fue descubriendo a medida que lo contestaba, cada pregunta tenía trampa para ser respondida de manera incorrecta. El tiempo se le agotó a la cuarta hora y con algo similar a un torzón en el estómago se enteró que ni siquiera iba a la mitad de la prueba.
Cuando no tenían examen, la pasaban haciendo los deberes académicos, y Charles por su parte tenía que aprovechar cualquier espacio libre para cumplir con el castigo impuesto por Stanislav.
La tarde del sábado terminó con las manos destrozadas. Era el cuarto día del castigo y ya le resultaba imposible concluir con la tarea sin morir antes. Aun le faltaba el ala este del edificio y todo el jardín. Había pasado esa tarde completa arrancando la hiedra que crecía sobre la azotea y la pared de la habitación principal, la del director, bajo un sol similar a la lumbre de una fogata y tenía la cara tan roja y tostada que le dolía hasta bostezar.
—¿Que cortes la enredadera?¡Vaya castigo!—dijo Swenth con asombro, por enésima vez, en cuanto lo oyó entrar por la puerta, sin apartar los ojos del libro —Es que no puedo creerlo.
Llevaba repitiéndolo tantas veces en los últimos días, que Charles había dejado de prestarle atención. Estaba enfrascado en una muda batalla contra dos arañas rojas que se empeñaban en metérsele bajo la casaca. Tenía piquetes por todo el cuerpo.
—¡Definitivamente esto es indescifrable! —lanzó Swenth, dedicándole la mirada a Charles por primera vez. —¡Hombre! ¡Estás hecho un arándano asado!
—¡Ha sido una tortura! Nunca creí que llegaría odiar tanto a una planta. Pareciera que en vez de podarla la regará. Juro que cada vez crece más. —Dijo echándose al sillón. —Al parecer no has aventajado mucho. —dijo mirando la pila de libros. —¿Quieres que te ayude? —agregó sin mucho ánimo.
Swenth se talló los ojos. Y dejó un pesado libro sobre el piso.
—Realmente no he averiguado nada, en lugar de esclarecer algo estoy más enredado. Al principio creí que era carelio, después vepsio o ludiano, pero ahora no sé si es una lengua del norte, e incluso podría tratarse de un idioma oriental.
El miércoles por la noche después de empezar con su castigo, Charles había pillado a Swenth hojeando el libro. —¡No podrás creértelo! —Dijo a Charles en cuanto se supo descubierto mientras cerraba el libro de golpe —¡No le hayo explicación!
Swenth le extendió el pesado volumen. Charles se acercó confundido.
—Creí que te habías deshecho de él.
—¡Lo oculté en la maceta, juzgué que allí estaría mejor, por si… es muy bonito—Se explicó Swenth atropelladamente.
Charles le sacudió el lodo que lo ensuciaba, y lo observó con especial respeto. Las pastas color marfil, despedían un brillo artificial. Como si le hubieran colocado cristales diminutos que destellaban de vez en cuando.
Charles abrió el libro y comenzó a hojearlo. Era muy antiguo, las paginas las tenía rígidas y desgastadas, tan frágiles como las alas de un insecto, que convenía voltearlas con delicadeza.
—¡Está en blanco! —señaló Charles. —¡Sólo la primera hoja dice algo…—frunció el entrecejo. —pero en otro idioma.
Swenth se asomó a la primera hoja. Había una gran mano dibujada, con manchas pardas en cada uno de los dedos, unas más oscuras que otras. Varias letras la circulaban en una caligrafía elaborada. — ¡Qué extraño! No entiendo qué era lo que buscaba él en este libro —dijo Swenth apenas consciente de que hablaba al tiempo que se retorcía los dedos, con una mezcla de decepción y dolor dibujada en el rostro. A Charles aquello le pareció muy intrigante. —Lo dices como si esperaras encontrar algo muy especial en él.
Swenth palideció. —No—declaró con voz extraña. —Sencillamente encuentro increíble que lo hayan matado por un libro en blanco.
—Entonces lo que dice debe ser muy importante—Concluyó Charles. —por muy pequeño que sea el texto.
—Tienes razón—coincidió Swenth extraviado. —¡Charles! —agregó implorante. —Deberíamos conservarlo hasta que descubramos qué es lo que dice. ¿No crees? Sin duda revelara algo. Sería más fácil dar con el asesino.
Charles comprendió que si su amigo consideraba importante descifrar lo que había escrito en él, no había por qué oponerse. No le agradaba la idea de conservarlo, estaba seguro que si alguien los descubría se meterían en un gran lío. Pero por otra parte se alegró del entusiasmo repentino de Swenth por cooperar en atrapar al asesino. En los últimos días le veía muy pocas ganas de ayudarlo. Él se había enfocado a buscar alguien que calzara botas como las que vestía el asesino. Y cuando le comunicó a Swenth que un chico del tercer grado tenía unas muy parecidas, su amigo se mostró particularmente apático. — ¿Te has puesto has pensar cuántos chicos pueden tener unas iguales? Además Atanasio es particularmente tonto. Ni siquiera creo que mate a las moscas que se le paran en la cabeza.
Charles razonó. Atanasio parecía uno de esos chicos incapaces de hacer daño. Pero él daría con las botas, las recordaba como un retrato en su cabeza. Incluso podía olerlas.
Aquella noche. Swenth estuvo hasta muy tarde investigando el idioma en que estaba escrito el texto. Charles intentó ayudarle un buen rato, aunque secretamente creía estar perdiendo el tiempo. Aquella parecía ser una lengua extinta y tan antigua que no era documentada por ningún libro. N Los ojos comenzaron por escocerle, después se cerraban contra su voluntad y por último dio cabezazos. Swenth no se lo tomó a mal cuando Charles se dio por vencido y se fue a la cama. —¡Vale, te mereces dormir! Sería un cretino si te exigiera que me ayudaras viendo tu deplorable estado.
No fue necesario que Charles se metiera en las cobijas. Cayó como un costal de papas en la cama. Y empezó a roncar como una locomotora.
Swenth continuó trabajando. Las horas avanzaron y la pila de libros consultados también. Afuera, se oyó un triste silbido. Al principio era muy agudo para después interrumpirse y formar un sonido melodioso.
Charles se revolvió en su cama. De repente Swenth lo sacudió rudamente. —¡Arriba Charles! ¡De prisa!
Charles se despertó asustado. Y se alarmó al encontrar todo oscuro. —¡Has apagado las luces! ¿Por qué?
—¡Silencio¡ —Chisteó Swenth.
Charles no lo veía. Únicamente distinguía su silueta delgada alzarse sobre su costado. — ¡Ellos están aquí! ¡Ellos lo mataron a él! —chilló.
Charles se incorporó con dificultad. Una fría corriente de aire entró por la ventana arrastrando un lastimero silbido. Como si alguien tarareara desde el bosque. —¿Quiénes son ellos? —soltó Charles. —¿A quién mataron?
—Ellos están aquí. Ellos lo mataron a él.
Charles no entendió nada, pero estaba seguro que algo muy peligroso los acechaba. El corazón le golpeó el pecho con un brío sorprendente. No podía respirar. —¿Quieres decir a Semyon? ¿Has averiguado quién lo mató?
—¡Silencio! —Swenth se movió en dirección al escritorio, y tomó el libro. —Ellos están aquí.
El sonido de unos pasos le llegó desde fuera. Eran las botas del asesino. Lo sabía por aquel peculiar sonido que producían al desplazarse por el piso. Puff. Taff. Taff. Puff.
Swenth se acercó a Charles con relativa calma y le entregó el libro.
—¿Lo has oído? —le preguntó Charles. — ¿Aquellos pasos?
Swenth no contestó. Se mantuvo erguido y tan alto, como una torre, al lado de su cama. —Has hablado de que mataron a alguien. ¿A quién?
Swenth volvió al escritorio, sin responder nada. Afuera el silbido melodioso se intensificó. — ¿Qué es eso? —Chilló Charles más nervioso que nunca. Swenth tomó algo del escritorio y regresó a la cama. — ¡Devuélveme el libro! —Charles hasta entonces cayó en que sostenía al libro con una tal fuerza, que se estaba haciendo daño con las uñas.
—¡Devuélveme el libro! —exigió Swenth acercándose. Puff. Taff. Taff. Puff. Charles dio un alarido. Aquella voz no era de Swenth. Aquél no era Swenth. Charles se esforzó por verlo. Era alto y vestido de negro, apenas lo distinguía entre la oscuridad. —¡Devuélveme el libro, o él morirá también!
Charles se negó. Apretó el libro con todas sus fuerzas. El asesino se inclinó sobre él. Charles no pudo verle el rostro. Oyó el desfundar de una espada, luego un frío metálico le atravesó el cuello. Charles abrió los ojos.
La luna asomaba resplandeciente por la ventana.
Arriba el techo de piedra permanecía estático y sobrio como siempre. Una ráfaga de viento le caló hasta los huesos. Charles se limpió el sudor que le resbalaba por la frente, y vio que unas líneas de sangre surcaban las palmas de sus manos. A lado suyo, en su cama, Swenth dormía con un montón de libros encima. Había tenido una pesadilla muy vivida.
Permaneció en su lugar disfrutando una paz reconfortante. La oscuridad le pareció más amigable que los minutos anteriores.
El silbido melodioso entró por la ventana. El aire lo hizo también. Puff. Taff. Taff. Puff.
El corazón se le encogió mientras un escalofrío le subía por la espina dorsal. ¡Aquello era real!
Charles dio un brinco olímpico hasta llegar a la ventana, y asomó la cabeza estirando su cuello a toda su capacidad. Aquello provenía del bosque. El silbido fue sofocado por el viento. Todo parecía estar en calma. Las copas de los pinos se mecían con afligidos susurros. Y las montañas a lo lejos se desvanecían con la negrura de la noche. El patio estaba vacío, las bancas vacías, y todo en calma. Charles quiso volver, pero algo lo detuvo. Había visto una tela ondear en el aire. Un cuerpo se movía detrás de unos arbustos. Charles esforzó la vista. Un trozo de tela fue sacudido por el aire nuevamente. Y entonces lo vio; un chico de botas, casaca y capa negra emergió detrás de un árbol, dirigiéndose presuroso hacia los límites del jardín. Volteaba a un lado, luego al otro. Y como si alguien se lo advirtiera miró hacia la ventana de Charles. Tenía el rostro pálido, y una revuelta melena plateada. Charles sintió un peso aplastante en el pecho. Le miró los ojos, y el otro hizo lo mismo. Azules, eran azules como, pensó Charles, como los de un lobo siberiano.
—Lo he visto—dijo Charles al siguiente día. —Y él a mí. De eso estoy seguro. ¿Te imaginas? Es alguien de nuestra edad.
Le había contado a Swenth el sueño varias veces, por petición suya.
—Y te ha pedido el libro.
—En mi sueño lo hizo.
—Y además te ha dicho que mataría a alguien sino se lo entregabas.
—Ajá. En el sueño. Porque despierto sólo lo vi esconderse.
—Pero el sueño viste cosas que ocurrían realmente, como el silbido y los pasos. La ventana, puedo jurar que la deje cerrada.—dijo Swenth preocupado.
—¿Insinúas que el asesino entró realmente a la habitación? Lo he estado pensando y creo que es Pavel.
Swenth lo miro ceñudo. —¿Pavel?
—¿Por qué nunca llega a dormir? —dijo Charles.
—Los sueños deben tomarse en serio. —apuntó Swenth, sin responder la pregunta — De hecho son mucho más valiosos que lo que pensamos o vemos de manera consciente, cuando hay varios distractores. El asesino quiere el libro.
— ¿A quién le importaría quitárnoslo? No hay nadie que sepa que lo tenemos. —dijo Charles mientras estudiaba el rostro de su amigo; estaba blanco como la leche, sus ojos cafés tenían un brillo cansado.
—Charles, te equivocas, aquella noche había alguien más que nosotros cuatro en la biblioteca, quizá él sepa que lo tenemos o incluso el mismo asesino pudo vernos cuando escapábamos. —Charles recordó que algo se había roto, en la recepción, cuando ellos estaban escondidos en el viejo mueble. —Hay personas que pueden manipular los sueños de los demás. —continuó Swenth. — Algo muy sucio y peligroso también.
Swenth lucía realmente preocupado.
—¿En verdad crees que lo que soñé sea algo así como una advertencia? ¿Crees que la amenaza de muerte sea verdad? Pero, ¿A quién matarían?
Swenth se sentó en el pasto aún humedecido por el rocío. —No es que sea muy devoto de los sueños—se defendió —pero es que Charles tengo que decírtelo; tuve el mismo sueño que tú.
—¡Charles!
Charles se quedó de piedra. Quiso decir algo, pero no le salieron las palabras.
—¡Charles! —El chico se volvió hacia atrás donde alguien le hablaba. Era Frederick. —No vengo a burlarme de que hayas fracasado en la prueba. Después de todo no esperaba que robaras la tetera, es demasiado para ti.
Swenth se puso lívido mientras se levantaba.
—Sólo vine a traerte tu lamentable M.S. —Le entregó a Charles un bonche de pergaminos. — Y tú Swenth, el doctor quiere verte, al parecer le molestan tus patas de araña.
Swenth recibió los pergaminos y su rostro paso de blanco a colorado. Charles dio un rápido vistazo a su letra. Estaba de acuerdo con el Dr. Phillip, parecían patas de araña, las “is” parecían “eles” y las “us” se cerraban como “os”. Entonces reconoció aquella letra; era inconfundible.
Frederick se dio la vuelta.
—¡Espera! —gritó Charles.
Frederick se detuvo sorprendido. —¿Quieres saber qué saqué? Un D.R. como siempre.
—No—dijo Charles soplándose el flequillo que le caía en los ojos.
—Entonces habla.
— ¿Tú me escribiste la prueba de honor?
Frederick arqueó las cejas extrañado. —Yo personalmente. Nadie más la puede escribir.
Swenth lanzó un chillido.
—¿Entonces quién escribió la otra?—Frederick movió los pies impaciente.
—¿Cuál otra?
—No importa, —dijo Charles— es que se ha colado una de tus paginas entre las mías. —Le extendió a Frederick un pergamino con caligrafía impecable.
Frederick ceñudo le arrebató el documento y se marchó a toda prisa.
Entonces Charles miró a su amigo.
—¡Lo siento! —gimió Swenth. —Esto tiene una explicación. —dijo mirando el suelo.
—Lo que pasa Swenth es que no quiero oírla. — dijo Charles y no sintió enojo, sino algo peor, algo como un agujero que le perforó el estómago. Caminó unos pasos y entonces dio media vuelta.
—¡espera! —dijo Swenth cuando se percató que su amigo se marchaba.
Pero Charles ya iba muy lejos.